sábado, 7 de marzo de 2015

IX LA VIDA

9.1 El Creador del universo es el Dios del amor y de la vida. él quiere que el hombre tenga la vida y la tenga en abundancia, como proclama Cristo ( cfr. Jn 10,10): que tenga la vida antes que nada gracias a la familia .
Resulta claro, llegados a este punto, que la "civilización del amor" está estrechamente ligada a la familia.
Para muchos la civilización del amor constituye aún una pura utopía. En efecto, se pìensa que el amor no puede ser pretendido por nadie y que a nadie se le puede imponer: el amor sería una libre elección que los hombres pueden aceptar o rechazar .
En todo esto hay algo de verdad, y sin embargo queda el hecho de que Jesucristo nos ha dejado el mandamiento del amor, así como Dios había ordenado en el monte Sinaí: "Honrarás a tu padre y a tu madre". Por consiguiente, el amor no es una utopía: le ha sido dado al hombre como tarea que ha de poner en práctica con la ayuda de la gracia divina.
9.2 Un joven que quiere amar la vida no puede dejar de lado los momentos de oración , de contemplación. No puede no alimentar una sólida y tierna devoción por María.
9.3 El hombre aparece en la creación como aquel que ha recibido el don del mundo, y viceversa, también puede decirse que el mundo ha recibido el don del hombre.
9.4 Unívoca y categórica es la ley de Dios respecto a la vida humana. Dios ordena: "No matarás" ( Ex 20,13). Por consiguiente, ningún legislador humano puede afirmar: es lícito matar, tienes derecho a matar, deberías matar. Por desgracia, en la historia de nuestro siglo esto ha ocurrido cuando han subido al poder, incluso de forma democrática, fuerzas políticas que han dictado leyes contrarias al derecho de todo hombre a la vida, en nombre de presuntas a la vez que aberrantes razones eugenéticas, étnicas u otras semejantes.
9.5 Al venir al mundo, el Hijo de Dios desea que tengamos la vida y la tengamos en abundancia ( cfr. Jn 10,10).
Rezamos, por intercesión de la Madre de la Vida, para que se respete la ley divina inscrita en el corazón de todo hombre.
Para que se respete, en particular, el derecho a la vida de todo ser humano concebido. Sólo observando la ley de Dios se puede alcanzar la vida eterna.
9.6 En todos los Evangelios de la infancia, por tanto, el anuncio de la vida, que se cumple de forma sorprendente en el acontecimiento del nacimiento del Redentor, se opone fuertemente a la amenaza de la vida, una vida que abraza en su integridad el misterio de la encarnación y de la realidad divino -humana de Cristo. El Verbo se ha hecho carne  (cfr. Jn 1,14), Dios se ha hecho hombre. A este sublime misterio se referían a menudo los Padres de la Iglesia: "Dios se ha hecho hombre para que nosotros seamos dioses" (San Atanasio, De incartione verbi, 54). Esta verdad de la fe es a la vez la verdad del ser.
Pone de manifiesto la gravedad de todo atentado contra la vida del niño cuando se encuentra en el vientre  de la madre. Aquí, por desgracia, nos encontramos en las antípodas del "Bello amor". Centrándose exclusivamente en el gozo, se puede llegar hasta a matar el amor, matando su fruto. Para la cultura del gozo " el fruto bendito de su vientre" (Lc 1,42) se convierte en cierto sentido "un fruto maldito".
9.7 La vida y el amor son inseparables: el amor de Dios hacia nosotros y el amor que nosotros ofrecemos a su vez, amor de Dios y amor por cada hermano y cada hermana.
9.8 Lo repito en esta gran audiencia de la Semana pascual, porque la Pascua nos habla de la victoria de la vida sobre la muerte.
No podemos caminar hacia el futuro con un proyecto de muerte sistemática de los no-nacidos. Sólo podemos caminar con una civilización del amor que acoge la vida.
9.9 Allí donde jóvenes hombres y mujeres permiten la gracia de Cristo obrar en ellos y producir nueva Vida, el poder extraordinario del Amor divino se libera en sus vidas y en la vida de la comunidad. Ese poder transforma sus inclinaciones y su conducta, y empuja inevitablemente a los demás a tomar el mismo camino de aventura .
9.10 La vida está llena de misterio. La ciencia y la tecnología han hecho enormes progresos para descubrir los secretos de nuestra vida natural, pero un examen superficial de nuestra experiencia personal indica que hay muchas otras dimensiones en nuestra existencia individual y colectiva sobre este planeta. Nuestro corazón inquieto busca más allá de nuestros límites, en los confines de nuestra capacidad de pensar y de amar:
pensar y amar lo inconmesurable, lo infinito, la forma absoluta y suprema del ser.
9.11 Asistimos también a una mentalidad de lucha contra la vida, una actitud de hostilidad hacia la vida en el seno materno y hacia la vida en sus últimas fases. Precisamente en el momento en que la ciencia y la medicina consiguen tener una mayor capacidad para cuidar de la salud y de la vida, es cuando las amenazas contra la vida se vuelven más insidiosas.
9.12 Vosotros me preguntáis si la Iglesia es la única que dicta leyes sobre la vida, sobre la muerte y sobre el amor. Otros siguen su propia sabiduría, su propia razón, a veces sus instintos , para determinar para determinar su conducta en estos serios campos. Allí donde se pronuncien civilización, religiones, instancias jurídicas o políticas, según una recta conciencia , respetando la dignidad humana, nosotros nos alegraremos de ello. Pero, de lo que estoy seguro, es de que nada puede compararse al Reino del que habla Jesús. Él sabe quién es Dios. Él sabe qué hay en el hombre. Él, autor de la vida, sabe qué es la vida. Él, que resucitó de entre los muertos, sabe qué es la muerte. Y sabe qué es el amor: nadie posee un amor: nadie posee un amor más grande que el de entregar la vida por sus amigos.
9.13 Muchas veces, en los últimos años, la Iglesia ha intervenido en cuestiones relacionadas con losprogresos de la tecnología biomédica. No lo hace para desalentar el progreso científico o para juzgar con dureza a quienes intentan ensanchar las fronteras del conocimiento humano y de la especialización. En el fondo, el objetivo de la enseñanza de la Iglesia en este campo es el de defender la dignidad innata y los derechos fundamentales de la persona humana. Desde este punto de vista, la Iglesia no puede evitar subrayar la necesidad de tutelar la vida y la integridad del embrión humano y del feto.
9.14 El aborto y la eutanasia , verdaderos homicidios de un auténtico ser humano, son reivindicados como "derechos" y "soluciones" para determinados problemas a la vez individuales y de la sociedad.
9.15 El desafío es el de hacer que el"sí" de la Iglesia a la Vida sea concreto y eficaz. La lucha será larga, y os necesita a todos vosotros. ¡Pones vuestra inteligencia, vuestro talento, vuestro entusiasmo, vuestra compasión y vuestra fortaleza al servicio de la vida! No tengáis miedo. El éxito de la batalla por la vida ya está decidido, aunque la lucha prosigue en circunstancias adversas y con mucho sufrimiento.
9.16 La observancia de los mandamientos es la condición para alcanzar la vida eterna, cuyo símbolo es la entrada en la Tierra.
La misma ley, revelada por Dios a través de Moisés y confirmada por Cristo en el Evangelio (cfr. Mt 5,17-19),
ha sido inscrita por el Creador en la naturaleza humana. Esto es lo que leemos en la Epístola de San Pablo a los romanos: "Cuando los paganos,  tienen ley, actúan por naturaleza conforme a la ley, ellos, sin tener ley, son ley para sí mismos" (Rm 2,14). Así, por consiguiente, los principios morales manifestados por Dios al pueblo elegido a través de Moisés son los mismos que Él inscribió en la naturaleza del ser humano. Así pues, siguiendo lo que desde el principio forma parte de su naturaleza,
todas las personas saben que deben honrar a su padre y a su madre y respetar la vida. Son conscientes de que no deben cometer adulterio, ni robar, ni pronunciar falso testimonio; en una palabra, saben que no deben hacer a los demás lo que no quieren que les hagan a ellos.
9.17 El buen pastor ofrece la vida. La muerte ataca en el nivel de nuestra experiencia humana, la muerte es el enemigo de la vida. Es un intruso que frustra nuestro deseo de vivir. Ello resulta especialmente evidente en el caso de muertes prematuras o violentas, y sobre todo en el caso de asesinato de personas inocentes.
9.18 A medida que pasa el tiempo , las amenazas contra la vida no cesan. Al contrario, adquieren proporciones enormes. No se trata únicamente de amenazas procedentes del exterior, fuerzas de la Naturaleza o de "caínes" que asesinan a "abeles"; no, se trata de amenazas programadas de forma científica y sistemática. El siglo  XX será recordado como la época de ataques masivos contra la vida, una interminable serie de guerras, y una permanente masacre de vidas inocentes .
9.19 ¡Ay de vosotros si no conseguís defender la vida!
La Iglesia necesita vuestra energía, vuestro entusiasmo, vuestro entusiasmo juvenil para hacer que el Evangelio de la vida empape todo el tejido de la sociedad transformando los corazones de la gente y las estructuras de la sociedad con el fin de crear una civilización de auténtica justicia y de amor.
9.20 Nos encontramos frente a una enorme amenaza contra la vida: no sólo por parte de individuos apartados, sino por parte de la entera civilización. La afirmación de que esta civilización se ha convertido en algunos aspectos en una "civilización de la muerte" se ve confirmada de forma preocupante. ¿No es acaso un evento profético el hecho de que el nacimiento de Cristo se viera acompañado de peligro para su existencia? Sí, también la vida del que es al mismo tiempo hijo del hombre e hijo de Dios  se vio amenazada, estuvo en peligro desde el principio, y solo de milagro se salvó de la muerte.
No obstante, en los últimos decenios se notan algunos síntomas reconfortantes de un despertar de las conciencias; este despertar atañe tanto al mundo del pensamiento como a la misma opinión pública. Crece, especialmente entre los jóvenes, una nueva conciencia de respeto por la vida ("pro life"). Es un fermento de esperanza para el futuro de la familia y de toda la humanidad.
9.21 Querer servir y evangelizar la vida implica, por tanto, un esfuerzo constante y generoso por familiarizarse con el Evangelio por profundizar en la enseñanza de la Iglesia, por conocer la cultura contemporánea, desenmascarando con fuerza todo intento de someter el valor de la dignidad humana al capricho, al instinto o al abuso del hombre sobre el hombre.

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