sábado, 21 de febrero de 2015

LOS HIJOS

11.1 Para la "civilización del amor" es esencial que el hombre sienta la maternidad de la mujer, su esposa, como una entrega: en efecto, esto influye enormemente en todo el proceso educativo. Mucho depende de su disponibilidad para tomar parte correctamente en esta primera fase de la  entrega de la humanidad, y para dejarse implicar como marido y padre en la paternidad de su esposa.
11.2 Los hijos no dan miedo, no vienen a robar la libertad, no son intrusos que nos quitan tiempo, energías y dinero.
11.3 En el recién nacido se realiza el bien común de la familia. Así como el bien común de los cónyuges se cumple en el amor nupcial, listo para dar y acoger la nueva vida, de igual manera el bien común de la familia se realiza mediante el mismo amor nupcial materializado en el recién nacido.
11.4 La familia está llamada , por su propia naturaleza, a ser el primer ambiente educativo del niño. Los deberes de la educación son prioritarios y preeminentes. Los que educan son los padres, y a través de ellos el propio Cristo.
11.5 Los hijos no son huéspedes no deseados, sino bendiciones de un Dios que rompe todo egoísmo de pareja y ayuda a vivir la realidad con gratitud y amor liberador.
11.6 El niño hace de sí mismo un regalo para sus hermanos, para sus hermanas, para sus padres, para toda la familia. Su vida se convierte en un don para los mismos que que le han dado la vida, que no podrán no sentir la presencia del hijo, su participación en la existencia de ellos, su aportación al bien común y de la comunidad familiar. Verdad, esta, que en su sencillez y profundidad permanece obvia, a pesar de la complejidad e incluso de la eventual patología de la estructura psicológica de ciertas personas.
11.7 Si al dar la vida los padres toman parte de la obra creadora de Dios, mediante la educación se convierten en partícipes de su paternal y a la vez maternal pedagogía.
11.8 Esta belleza sois vosotros, niños. El niño es la belleza  de la existencia humana. Así es. El Señor Jesús lo confirmó con sus actos; lo he  mencionado al principio. ¿La belleza de un niño? Nosotros los adultos siempre tener la mirada fija en la belleza del niño. Acaso no nos dijo Jesús: "Si no os volvéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos? Necesitamos a los niños para que nos guíen hacia Dios, hacia el reino celestial. Vemos aquí la belleza de tantos niños, y además niños enfermos, que son especialmente bellos.
11.9 Queridos jóvenes, no tengáis miedo de defender la vida, toda la vida. La vida en germen y la que está en su ocaso, la vida del que está marginado y la del que se automargina, del que tira su riqueza por caminos que conducen a su propia destrucción y la de quien la derrocha en la banalidad y en la evasión.
11.10 Con la gracia del matrimonio cristiano los cónyuges pueden edificar con confianza y esperanza la casa de su vida en común, pueden traer a ella a sus hijos para que aprendan a vivir plenamente su dignidad humana y cristiana.
11.11 En el plano humano, puede existir "otra comunión" comparable como la que viene a establecerse entre la madre y el hijo, al que ella primero ha llevado en su vientre y luego a traído a la luz?
En la familia así formada se manifiesta una nueva unidad, en la que se encuentra pleno cumplimiento la relación de comunión de los padres. La experiencia nos enseña que este cumplimiento representa, sin embargo, un deber y a la vez un desafío. El deber compromete a los cónyuges para poner en práctica su pacto originario.
11.12 Los hijos engendrados por ellos deberían -y es el desafío- consolidar ese pacto, enriqueciendo y profundizando la comunión conyugal del padre y de la madre. Cuando esto no ocurre hay que preguntarse si el egoísmo, que a causa de la inclinación humana hacia el mal se esconde también en el amor del hombre y de la mujer, no es más fuerte que ese amor. Es necesario que los cónyuges sean bien conscientes de esto. Es necesario que, desde un principio, tengan sus corazones y sus pensamientos vueltos hacia Dios del que toda paternidad toma su nombre, para que su paternidad y su maternidad beban de esa fuente la fuerza para renovarse continuamente en el amor.
11.13 Es un vínculo de alegría, porque procede del amor recíproco; es al mismo tiempo un vínculo comprometido, porque con él asumís una mutua responsabilidad : el esposo hacia la esposa, la esposa hacia el esposo, y juntos la responsabilidad hacia los hijos que nacerán de vuestra unión.
11.14 ¿Pero es realmente cierto que el nuevo ser humano es un don para los padres? ¿Un don para la sociedad? Aparentemente, nada parece indicarlo. El nacimiento de un hombre parece a veces un simple dato estadístico, registrado como tantos otros en los informes demográficos. Sin duda, el nacimiento de un hijo significa para los padres nuevas fatigas, nuevas cargas económicas , nuevos condicionamientos prácticos: motivos estos que pueden inducirles caer en la tentación de no desear más nacimientos. En algunos ambientes sociales y culturales, además, la tentación se vuelve más fuerte. Así, pues, ¿el hijo no es un don? ¿Viene sólo para tomar y no para dar? He aquí algunos inquietantes interrogantes de los que al hombre de hoy le cuesta liberarse.
El hijo viene a ocupar espacio, mientras que el espacio es algo que en el mundo parece cada vez más escaso. ¿Pero es realmente cierto que no trae nada a la familia y a la sociedad? ¿No es acaso una "partícula" de ese bien común sin el que las comunidades humanas se rompen en pedazos y corren el riesgo de morir? ¿Cómo negarlo?
11.15 ¿Acaso no sienten los mismos hijos la necesidad imperiosa de la unión indivisible de sus padres,
y acaso no son ellos tantas veces las primeras víctimas del divorcio? Que la sagrada familia de Nazaret, en la que Jesús, María y José realizaron una experiencia ejemplar de amor sobrenatural y humano, sea un modelo para todas las familias.
11,16 La civilización del amor llama a la alegría: alegría: alegría, entre otras cosas, porque un hombre viene al mundo  (cfr. Jn 16,21), y, consiguientemente, porque los cónyuges se hacen padres. Civilización del amor significa "complacerse de la verdad" (cfr. 1 Cor 13,6). Pero una civilización inspirada en una mentalidad consumista y antinatalista no es y no podrá ser nunca una civilización del amor.

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